martes, 21 de agosto de 2012

Profesores: cucufatería y virtud

No pensé que la facultad de educación estaría llena de alumnos y profesores con alta dosis de cucufatería. Personas muy propensas a juzgar negativamente las actitudes y comportamientos que se relacionen con la búsqueda de placer, de satisfacción personal y de emociones intensas; como si tratasen de algo prohibido. Ponen al extremo esa frase popular tan repetida y errada que versa: "el maestro educa con el ejemplo". Errada porque asume que la persona con quien se interrelaciona el docente es un recipiente vacío, una plastilina a moldear y porque, también asume que el profesor debe procurar ser una santidad, un ser de virtud que muestre perfección y pureza ante sus alumnos y no un humano que comete errores y que, también, de estos va aprendiendo. Freire remarcaba: “el maestro debe ser sanamente loco y locamente sano para trasformar a sus alumnos”.

Naturalmente somos imperfectos, lo sabemos; si a eso le añadimos la imperfección de un mundo que es una invitación al mal, por ser tan injusto y parcializado, nos daremos cuenta, más temprano que tarde, de lo difícil de encarar semejante empresa: la de ser una persona virtuosa. En la búsqueda de una vida que se ajuste al “deber ser”, nos esperan muchas dificultades y angustias, “muchas tentaciones”, dirían los puritanos. Además, no es tan fácil contestarse la pregunta: ¿qué es la virtud? Una respuesta es la de Aristóteles, cuando asevera que la virtud es el justo medio entre dos extremos, ambos negativos: uno por defecto y el otro por exceso. Saber reconocer el justo medio en cada acción que hacemos sería producto del sentido común que, junto a la sabiduría (conocimiento teorético aplicado a la parte práctica de la vida), vendrían a ser las principales características del hombre virtuoso. Así, el hombre virtuoso es aquel que, aplicando el sentido común y la sabiduría, sabe encontrar el equilibrio en cada acción que realiza; conduciéndose, después de mucha práctica, a la virtud.

Si la búsqueda de una vida virtuosa involucra afrontar muchas problemas, no debemos confundirnos y pensar que vivir virtuosamente tiene que ser, necesariamente, algo ingrato o triste. Buscar la virtud no implica renunciar al placer material, como personas ermitañas que desdeñan aquellos placeres; ya que nos suministran una vida material más cómoda y placentera. No implica rechazar una caricia apasionada de la persona que amamos, ni la ocasional embriaguez con nuestros amigos con quienes, entre copas y recuerdos, consolidamos esa especial relación que nos une como seres humanos. No significa alejarnos de un baile que nos devuelva, aunque sea por efímeros momentos, amoralidad y disfrute que tuvimos en nuestra niñez. Creo que significa, como dijo Aristóteles, encontrar el balance perfecto entre una vida buena y una buena vida.

Hallar ese balance sólo se consigue a través de la sabiduría que es, como señalé antes, la aplicación del saber teórico a la vida práctica. De ahí que la figura del sabio es la de aquél que, con total lucidez y de manera recreativa, vive una vida ejemplar a la vez que acepta el placer de una vida material que, al fin de cuentas, es la única que tenemos. Esto lo habían entendido los pensadores antiguos pues, a diferencia del cristianismo, no separaban lo bueno (moralmente hablando) de lo placentero. Y es que la bondad no excluye el placer. No tiene porque hacerlo, pues el placer no es malo en sí mismo; al contrario, el placer nos puede fortalecer y ayudar a alcanzar nuestra plenitud.

El problema no está en el placer en sí mismo, sino está en convertirla en el único fin de nuestra existencia, olvidando que existen otras dimensiones humanas que son necesarias cultivar para desarrollarnos. De hecho, la virtud debe llevarnos a una vida buena pero también a una buena vida, en el sentido de asumir, con alegría, una existencia algo absurda; pero que debe ser vivida con intensidad y pasión en cada momento. Esto no implica, como lo han querido ver algunos moralistas de domingo, acarrear una vida egoísta y sin escrúpulos donde todo vale, en tanto me traiga beneficios. Lo que significa es un compromiso con el otro en la búsqueda de una vida plena y solidaria, que desarrolle dignidad. Significa, construir un mundo más humano.

Ahora bien, ¿por qué debemos tener una vida virtuosa? ¿Por qué debemos buscar la virtud? ¿Por qué es mejor ser virtuoso que no serlo? Simplemente porque la virtud nos hace superiores, nos realza, nos hace solidarios y nos hermana en un común sentimiento de fraternidad más allá de una trasnochada moralidad que únicamente aflora en los momentos de angustia o en los arrebatos de sentimentalismo barato. La virtud no la obtenemos por medio de sermones de iglesia ni de moralinas ni en clases de ética. En la búsqueda de la virtud participa la razón junto con las emociones, ambas son necesarias, si nos regimos solamente por las emociones podemos fallar el camino y no alcanzar una vida virtuosa. Por eso la razón juega un papel importante en esta búsqueda (discúlpeme maestro Nietzsche).

No hay que creer, que para llevar una vida plena de virtud tengamos que seguir una religión determinada, como si fuese la única vía; ya que la virtud pertenece a la ética más que a la religión. Desde Kant, quedó demostrado que la moral no viene de la religión, porque una verdadera moral debe ser autónoma; sino que es la religión y la creencia en Dios quienes derivan de una atención moral y no al revés. Es la moral, la que da soporte a la idea de Dios. Con Kant, se abrió el camino para reconocer que la moralidad del ser humano y una existencia virtuosa no necesitan de una fundamentación religiosa. De hecho, hay personas no creyentes que llevan una vida más ejemplar y solidaria que muchos que se dicen creyentes y se consideran mejor que los demás, cada vez que se golpean el pecho.

Ninguna religión es propietaria de la virtud. Entender la importancia de llevar una vida virtuosa, pasa más bien por la filosofía que nos ayuda a entender, a través de la crítica y la reflexión, la importancia que tiene la búsqueda permanente de la virtud. No importa si nunca alcanzamos plenamente a ser virtuosos, debemos siempre vivir como si ello fuese posible, debemos ir siempre tras la virtud; haciendo uso de nuestra libertad ya que sin ella tampoco habría virtud. Dejemos la cucufatería, los prejuicios, las habladurías y empecemos a ser educadores de verdad. Aquellos, que en vez de juzgar por juzgar, empiecen a reflexionar las causas de los comportamientos que son extraños para nosotros; con tolerancia y respeto, porque somos seres humanos diferentes, imperfectos y educables.

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